BATALLA DE MAIPO: LA PERSPECTIVA DE LOS VECINOS DE SANTIAGO Y CONCEPCIÓN

DESARROLLO TÁCTICO DE LA BATALLA DE MAIPO
05/04/1818
MANUEL RODRÍGUEZ ES ASESINADO EN TILTIL
26/05/1818

LA BATALLA DE MAIPO DESDE LA PERSPECTIVA DE LOS VECINOS DE SANTIAGO Y CONCEPCIÓN

05 de Abril de 1818

Es muy común advertir que en la bibliografía relativa a la Historia Militar suela narrarse en forma completa y detallada lo que han sido las distintas acciones de guerra (tanto en Chile, como en América y en el mundo en general) desde el campo de batalla mismo. Aunque esto parezca algo muy tradicional, nunca dejará de tener valor, y siempre podrá enriquecerse a medida que la investigación historiográfica progrese y entregue nuevos antecedentes que antes se desconocían.

No obstante lo anterior, resulta muy interesante abordar los hechos militares desde otras perspectivas, siendo una de ellas el cómo fueron percibidos por la sociedad civil de cada época (o, simplemente, de parte de quienes no eran uniformados, ya que la sociedad civil es más bien un fenómeno de los tiempos contemporáneos). En el caso de la historia militar chilena, la batalla de Maipo es muy conocida por el común del público en el marco del campo de batalla (aquí hay episodios emblemáticos como la carga de Santiago Bueras, y el abrazo entre Bernardo O’Higgins y José de San Martín), pero no desde el punto de vista de los habitantes de Santiago y también de los residentes en Concepción.

Es necesario recordar que dicha acción de guerra tuvo lugar en los llanos situados al sur de la capital, dentro de la cuenca de Santiago. Hacía poco que había tenido lugar el desastre de Cancha Rayada (19 de marzo de 1818), lo cual hizo que la gente temiera seriamente sobre el destino de la causa patriota. Después de la batalla de Rancagua (octubre de 1814), vino el período de la reconquista española, que implicó una serie de medidas represivas contra muchos chilenos, lo cual terminó enajenando el apoyo local a la causa realista y alentó la asistencia que la población chilena dio al Ejército de Los Andes, el cual había atravesado la cordillera desde Mendoza y librado la batalla de Chacabuco (febrero de 1817). De esta forma, el nuevo gobierno patriota de Bernardo O’Higgins pudo establecerse en Santiago, en medio de las aclamaciones de los vecinos de la capital.

Pero todavía quedaba la resistencia realista en el sur del país, lo cual hizo que las campañas militares continuaran en esa región por todo el año 1817. En ese contexto, en el mes de enero de 1818 se produjo un nuevo desembarco de tropas en el sur, comandadas por Mariano Osorio (el general español vencedor en la batalla de Rancagua), las cuales fueron avanzando hacia la zona central. Entonces se produjo el encuentro de Cancha Rayada, cuyo resultado avivó entre los vecinos patriotas el temor a nuevas represiones por parte de un segundo gobierno realista y la necesidad de tener que volver a emigrar.

“La noticia de la derrota de Cancharrayada se supo a las treinta y seis horas en Santiago, siendo portador de ella el teniente Samaniego, quien anduvo ochenta leguas en tan corto espacio de tiempo. De tal magnitud pareció el suceso, tan improbable, que nadie quería creerlo; más al día siguiente lo confirmó el teniente coronel Arcos, y tras él una multitud de oficiales, a quienes el miedo persiguió hasta la capital, y les hacía abultar las pérdidas y los peligros. Un delirante terror se apoderó de los habitantes, que temerosos y perplejos, ocultaron unos cuanto poseían de algún valor, marcharon otros a sus haciendas y no faltó quien atravesase las altas cordilleras, como único medio de ponerse a salvo. Gran número de familias se condenó de nuevo al destierro, emprendiendo el camino de Mendoza, y a ello les movió la imprudente medida tomada por el director don Luis de la Cruz de enviar a dicho punto los caudales del Tesoro.(1)

Desde el 1º de abril de 1818, los llanos de Maipo fueron siendo ocupados por ambos ejércitos contendientes (el patriota, comandado por José de San Martín y el realista, bajo el mando de Mariano Osorio), lo cual era una aviso para los santiaguinos de que la batalla se declararía en cualquier momento. Algunos pocos vecinos eran todavía partidarios de la causa realista, mientras que otros eran indiferentes respecto a la guerra; sin embargo, la inmensa mayoría de los habitantes de Santiago eran afectos a O’Higgins, San Martín y sus hombres. Pero todos estaban temerosos de los desórdenes que podrían producirse en la ciudad si la batalla era ganada por los relistas y si ella era abandonada por las milicias que cuidaban de su orden interno. Todo esto avivó la piedad religiosa de los santiaguinos, lo cual se advirtió por las plegarias y actos de devoción a los santos que hubo en muchas residencias capitalinas.

El historiador chileno Diego Barros Arana describió en su monumental obra, la Historia General de Chile, el tenso ambiente en la capital y en el país:

“El domingo 5 de abril de 1818 que iba a fijar para siempre los destinos de Chile, fue uno de esos hermosos días de otoño tan frecuentes en este clima y en esa estación, en que un cielo claro, sin nubes y sin viento, y un sol esplendoroso pero no ardiente, dan a la naturaleza el aspecto de una placentera tranquilidad. Ese día, sin embargo, reinaba en todo el territorio de Chile la más azarosa inquietud; y en Santiago, sobre todo, las gentes, esparcidas en las calles y plazas, esperaban por instantes oír el estampido del cañón que debía anunciarles que se estaba decidiendo de una manera irrevocable la suerte de la patria.(2)

En el mismo día 5 de abril, Bernardo O’Higgins salió de la capital poco antes del mediodía, al mando de cerca de mil hombres, principalmente milicianos, que no tenían mucha instrucción militar, pero que estaban muy animosos; a ellos se sumaron cerca de cien cadetes de la Academia Militar (la actual Escuela Militar), instituto que recién había cumplido un año de existencia. Avanzó por las calles que conducían hacia el sur, y fue siendo saludado con respeto y alegría por las personas que se hallaban en las puertas de sus respectivas casas, esperando saber noticias acerca del desenlace de esta acción de guerra. En la ciudad se escuchaba el ruido producido por los cañones, lo cual daba cuenta de que la batalla estaba teniendo lugar. Para cuando O’Higggins llegó al lugar mismo del combate, ya la batalla estaba decidida en favor de las tropas patriotas.

En tanto, el ambiente en la capital seguía siendo tenso. La población sabía que la batalla que se estaba librando al sur de la ciudad iba a ser decisiva para la causa independentista. En vista de un eventual triunfo de las armas realistas, algunas familias se recogieron en iglesias y monasterios, ya que estimaron que esos lugares estarían a salvo de los desórdenes que podrían tener lugar. Los cañones no dejaban de hacerse sentir y muchas personas salieron de la capital, para acercarse al campo de batalla. Francisco Antonio Encina describe este ambiente de la siguiente forma:

“A esas mismas horas llegaba hasta los escasos transeúntes el murmullo de las plegarias que desde los hogares subían al cielo, rogando por el hermano, por el marido, por el padre o por el novio que estaba en el campo de batalla; y pidiendo al Señor que librara a la ciudad del saqueo, del incendio y de la horrorosa devastación que se representaba a las imaginaciones sobreexcitadas como corolarios de la derrota de San Martín. Hombres y mujeres, movidos por la sencilla fe de la época, hacían mandas a los santos de su devoción.(3)

El hecho de refugiarse en la piedad religiosa de parte de muchos vecinos de Santiago no debe extrañar, ya que se está frente a una sociedad muy confesional. Se debe recordar que la única religión permitida en España y sus dominios coloniales era la Católica Apostólica Romana, la cual tenía carácter oficial y estaba unida al Estado español, el cual reclamaba para sí el Patronato sobre la Iglesia Católica española.

Las primeras noticias que llegaron a Santiago fueron contradictorias, ya que unas daban cuentas de las ventajas obtenida por los patriotas, mientras otras informaban de los éxitos alcanzados por los realistas. Poco antes de las tres de la tarde fueron llegando las primeras nuevas acerca de la completa victoria patriota. Inmediatamente fueron echadas al vuelo las campanas de la urbe, mientras que sus habitantes recorrían sus calles disparando cohetes voladores y lanzando gritos de victoria. Al mismo tiempo, más personas, movidas por la curiosidad, acudieron al campo de batalla en gruesos grupos. El mismo Barros Arana narra lo siguiente:

“La presencia de esa gente en el lugar que había sido teatro de la batalla, las manifestaciones de contento a que se entregaban, corriendo de un lado a otro para buscar a sus amigos o deudos entre los vencedores, y las muestras de entusiasmo y de alegría de estos mismos, aumentaban extraordinariamente el desorden y la confusión que siempre se sigue a una victoria alcanzada después de una lucha tenaz.(4)

Bernardo O’Higgins y José de San Martín, ya como jefes militares vencedores, arribaron a la capital cerca de las nueve de la noche. La ciudad estaba completamente iluminada, mientras las campanas no paraban de sonar y las gentes aclamaban a las tropas victoriosas. Dice al respecto Claudio Gay:

“A las nueve de la noche entraron O’Higgins y San Martín en medio de las entusiastas aclamaciones de un pueblo, que del terror del pánico, había pasado al delirio de la alegría.(5)

Los vecinos de la capital, especialmente las mujeres, cumplieron con una labor de asistencia para con los heridos después de la batalla, lo que fueron llegando a los recintos médicos de Santiago:

“A esa misma hora, en la capital, la caridad de la mujer chilena empezaba su obra admirable. «Después de la batalla de Maipú – dice Millar – señoras del rango más distinguido visitaron los hospitales, como una cosa natural y obligatoria. Cada una tomó a su cuidado al número que sus facultades le permitían; les administraban medicinas, les traían refrescos y confortativos que ellas mismas preparaban en sus casas y todas procuraban endulzar sus padecimientos en tal forma, que parecía que cada uno de los patriotas heridos era su verdadero hermano.» (6)

En el palacio de gobierno se concentraron los vecinos más destacados de la ciudad y numerosos funcionarios públicos. También se enviaron mensajeros fuera de la capital para comunicar la victoria patriota:

“En la mañana siguiente, éste era celebrada con grande entusiasmo en Valparaíso, en Quillota, en Aconcagua y en Melipilla. En todos los pueblos fueron aquellos días de fiestas públicas, ardiente y placentera compensación de las tribulaciones y alarmas que se habían seguido al desastre de Cancharrayada.(7)

Toda esta euforia tuvo una contraparte en la sureña ciudad de Concepción, que en esta época era el centro militar de Chile. Allí también se esperaban noticias del desenlace de la batalla decisiva que emprenderían Osorio y sus hombres. Cabe señalar que, en esos meses, buena parte de las autoridades y de los habitantes de aquella población eran afectos a la causa realista.

“La noticia de la sorpresa de Cancharrayada colmó de alegría a los realistas de Concepción. Creían que Chile iba a volver a la dominación del Rey de España, y la llegada de los cañones cogidos en la acción y enviados a Talcahuano, sirvió de motivo para celebrar el suceso con grandes regocijos públicos. Algunos ingleses, recién llegados de Valparaíso, opinaban que el gobierno tenía aún fuerza bastante para defenderse en Chile con gran probabilidad de buen éxito; pero la victoria de Cancharrayada había sido tan completa e inesperada y tal la dispersión de los patriotas, que les parecía poco menos que imposible que estos reorganizasen su ejército.(8)

Hacia el 25 de marzo de 1818 fueron llegando las noticias de la derrota patriota en Cancha Rayada, lo cual confirmó a las autoridades de Concepción en su convicción de que la causa independentista estaba perdida en el territorio chileno.

“Las comunicaciones que siguieron llegando a aquella ciudad, confirmaban ampliamente la noticia del desastre sufrido por los patriotas; y las medidas que allí tomaban las autoridades estaban fundadas en la confianza absoluta de que todo el territorio de Chile quedaría sometido en pocos días bajo la dependencia del rey de España.(9)

Cuando todos estaban casi seguros de un desastre para las armas patriotas, comenzaron a circular rumores de una reconcentración de los patriotas en Santiago, por lo cual podrían ellos podrían presentar una nueva batalla. Hacia el 12 de abril ya se hablaba en el sur de la derrota realista, lo cual se confirmó con la llegada de Mariano Osorio junto a unos pocos subalternos. Esto causó estupor entre las autoridades y el vecindario. Estas personas avizoraron una época de persecuciones, venganzas y embargos de parte de los patriotas. Es necesario señalar que estas personas y familias ya habían abandonado la ciudad en el año anterior, al ser ella fue ocupada por los patriotas después del triunfo de Chacabuco; cuando regresaron, habían encontrado sus hogares destruidos y nuevamente ahora debían hacer abandono de Concepción.

De esta forma, el camino entre esta urbe y Talcahuano se vio lleno de familias, carruajes y animales de carga, con destino a dicho puerto y con el fin de cobijarse detrás de sus fortificaciones.

“Por causa de tal afluencia de gente en Talcahuano, era difícil hallar allí acomodo; y muchas familias que habían conocido mejores días, se dieron por contentas con poder ocupar un galpón, un establo o un lugar cualquiera en que guarecerse del tiempo, que, por fortuna, no era muy inclemente.(10)

Dice también al respecto Claudio Gay lo siguiente:

“La noticia llenó de espanto a los realistas, y sobre todo a los que estaban más comprometidos por su conducta con los patriotas. Los que habitaban en el interior se dieron prisa a refugiarse en el puerto de Talcahuano, único asilo con que podían contar; y al cabo de pocos días todas las casas y ranchos mas malos estaban ocupados por multitud de familias, habiendo tenido que acampar muchas en las calles. Tanto temían la venganza de sus enemigos que no les arredraba la estación del invierno, muy lluviosa siempre en aquellos países.(11)

Sin embargo, las fuerzas militares existentes no eran suficientes para defender toda la línea fortificada, por lo cual Osorio ordenó que todos los buques se alistaran para internarse mar adentro al primer aviso y que se embarcaran todos los objetos de valor.

Como se puede apreciar, las reacciones frente al desenlace de la batalla de Maipo que se dieron a lo largo del país fueron bastante contrapuestas, lo cual revela una zona central ya dominada por los patriotas y una zona sur predominantemente realista, y que se negaba a desligarse de la Monarquía española. Lo último daba cuenta también de un proceso histórico que estaba en marcha (la independencia de Chile y de Hispanoamérica) y que en ese momento se hallaba muy lejos de finalizar (en Chile la coyuntura bélica sólo terminó en 1832, mientras que en el resto de la América española finalizó hacia 1825).

Por
Eduardo Arriagada Aljaro
Historiador PUC.
Academia de Historia Militar

Notas al pie:

1. Claudio Gay, Historia Física y Política de Chile. Historia. Tomo VI. París, Imprenta de E. Thunot y Compañía, MDCCCLIV, páginas 261 y 262.
2. Diego Barros Arana, Historia General de Chile. Tomo XI. Santiago, Rafael Jover (Editor), 1890, página 442.
3. Francisco Antonio Encina, Historia de Chile. Desde la prehistoria hasta 1891. Santiago, Editorial Nacimiento, Segunda edición, 1953, página 516.
4. Diego Barros Arana, Historia General de Chile. Tomo XI. Santiago, Rafael Jover (Editor), 1890, página 456.
5. Claudio Gay, Historia Física y Política de Chile. Historia. Tomo VI. París, Imprenta de E. Thunot y Compañía, MDCCCLIV, página 271.
6. Francisco Antonio Encina, Historia de Chile. Desde la prehistoria hasta 1891. Santiago, Editorial Nacimiento, Segunda edición, 1953, página 527.
7. Diego Barros Arana, Historia General de Chile. Tomo XI. Santiago, Rafael Jover (Editor), 1890, página 457.
8. Claudio Gay, Historia Física y Política de Chile. Historia. Tomo VI. París, Imprenta de E. Thunot y Compañía, MDCCCLIV, página 295.
9. Diego Barros Arana, Historia General de Chile. Tomo XI. Santiago, Rafael Jover (Editor), 1890, página 463.
10. Diego Barros Arana, Historia General de Chile. Tomo XI. Santiago, Rafael Jover (Editor), 1890, página 464.
11. Claudio Gay, Historia Física y Política de Chile. Historia. Tomo VI. París, Imprenta de E. Thunot y Compañía, MDCCCLIV, página 296.

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