ACCIÓN DE MATAQUITO
14/11/1556
BATALLA DE MILLARAPUE
30/11/1557

8 de noviembre de 1557

La primavera de 1557 trajo vientos de guerra. El recién llegado nuevo gobernador del reino de Chile, hijo del entonces virrey del Perú, don García Hurtado de Mendoza, ansiaba marchar sobre los indios y ganarles en su terreno. Para esto puso en marcha todo el considerable aparato bélico que había traído consigo desde el Perú, que para ese entonces era el ejército mejor provisto en la América española.

Acompañado de sus hombres y con especial pompa, haciendo notar la importancia de su cargo, don García parte al sur en octubre de 1557. La marcha no estuvo falta de gestos, más aún considerando la aprensión de los hombres ante la fama de los naturales. El gobernador intentó por todos los medios mantener la moral de la tropa, incluso emprendiendo acciones que bien pudieron arriesgar su vida, para demostrarle a sus hombres que no había nada que temer. “Seguido de veinticinco arcabuceros de su compañía y de cinco jinetes, atravesó el Bio–Bío en una barca, dejó a aquellos al cuidado de la embarcación en la ribera sur del río, y él, seguido de los otros cinco compañeros, se internó dos leguas en el territorio enemigo. Esta correría inútil y temeraria, no encontró la menor contrariedad. Los indios de guerra no andaban por aquellos lugares; y don García pudo volver a su campamento sin necesidad de desenvainar la espada.”[1]

Y si bien lo anterior daba cuenta de lo fácil que era cruzar con poca gente el río, hacerlo con un ejército era un tema totalmente diferente. Tras muchas dificultades y seis días de labores, toda la fuerza por fin estuvo reunida en la ribera sur el 7 de noviembre de aquél año. Don García ordenó la marcha y con el grueso de su gente emprendieron hacia el sur. Tomaron campamento en un lugar aparentemente desierto, pero cuando estaban ya prestos a unas horas de descanso, el gobernador fue advertido de la presencia de indígenas hostiles y al no querer enfrentarlos durante la noche en un terreno que juzgaba poco apropiado, hizo explorar la zona para descartar cualquier peligro. Una de las avanzadas, al mando del capitán Reinoso, encontró problemas en el camino y comenzaron a ser hostilizados por el enemigo, pero al intentar regresar al campamento, lo fangoso del camino impidió su rápido y ágil retorno. “Aunque en estos choques los españoles no perdieron un solo hombre, el solo hecho de su retirada envalentonaba a los indios y les hacía concebir confianza en la suerte de la jornada.”[2]

En el intertanto, y al ir en busca de frutillas, dos soldados castellanos fueron capturados por el enemigo y uno de ellos resultó muerto por descuartizamiento. El otro logró huir y dar la voz de alarma en el campamento, lo que pudo de inmediato a los hombres sobre las armas y se dispusieron a defender el terreno a como diera lugar, aun con la aprensión generalizada entre las tropas sobre el legendario espíritu combativo de aquellos indígenas. La avanzada del capitán Reinoso que regresaba al campamento, fue reforzada con la ayuda de treinta hombres enviada desde el campamento al mando del maestre de campo Juan Remón, quienes se batieron en complicado duelo, en el que quedó patente la temeridad de ambos bandos, y quizás algo de imprudencia por parte de los españoles.

En cuanto los castellanos regresaron al campamento tras la intensa escaramuza, no sin dificultad, la acción se concentró en el campamento, en donde el joven gobernador se mantenía, aunque ansiaba por batirse en combate, sin que su escolta y los frailes que se encontraban presentes se lo permitiesen. Entiéndase que el gobernador debía ser preservado de cualquier acción que significase su muerte, para no dejar al gobierno del reino de Chile acéfalo una vez más. Don García tuvo que contentarse con dirigir los movimientos de las tropas y no retroceder en la porfiada lucha que se estaba llevando a cabo. Los españoles estaban más que dispuestos a no dejarse vencer. En palabras de don Diego Barros Arana “en su primer empuje, los indios, orgulloso con las ventajas alcanzadas ese día, cebados con la confianza de obtener una victoria completa, llegaron a estrellarse contra las filas del ejército de don García. Recibidos a pie firme por los soldados castellanos, no pudieron resistir tanto tiempo el fuego de los arcabuces y las puntas de las picas, y se vieron forzados a retraerse al pie del cerro, y cerca de la laguna y de los pantanos que se extendían a su derecha.”[3]

Hasta allí fueron perseguidos por los españoles y nuevamente se enzarzaron en singular combate, en donde volvió a quedar de manifiesto el espíritu de lucha de ambos bandos. No obstante, pronto los indígenas comenzaron a retirarse del campo de batalla al no poder seguir el ritmo de los españoles estaban manteniendo. La persecución de los fugitivos se consideró demasiado peligrosa, y los españoles regresaron a su campamento con unos pocos prisioneros, uno de los cuales fue el célebre Galvarino, capturado en el combate y a quien por orden de don García le fueron cortadas ambas manos y dejado en libertad. Se marchó con los suyos profiriendo promesas de venganza.

La Batalla de Lagunillas es considerada una victoria de las armas españolas, sin embargo no fue tan decisiva ni tuvo mayor trascendencia que la de atemorizar a los indígenas, quienes en su gran mayoría había logrado retirarse del campo de batalla sin mayores inconvenientes.

La campaña contra los indígenas de don García continuó entonces su curso.

Carolina Herbstaedt M.
Historiadora UAI.
Academia de Historia Militar

NOTAS AL PIE:
1. Barros Arana, Diego. “Historia General de Chile. Tomo II.” Editorial Nascimiento. 2ª Edición. Santiago de Chile. 1930. p. 146.
2. Ídem. p. 150
3. Ídem. p. 151.

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