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Aniversario Muerte del General Baquedano

El día 30 de Septiembre de 1897 deja de existir el General Baquedano, un hombre y soldado patriota. Un hombre que incluso al morir deja sus bienes a las viudas de sus soldados.

Al momento de su muerte, la prensa de época se refería así.

(Editorial de EL MERCURIO)

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Valparaíso, Octubre 1.° de 1897

RAPIDAMENTE van desapareciendo de la escena del mundo los hombres ilustres que mayor participación han tenido en los grandes acontecimientos de la vida de Chile durante la segunda mitad del siglo que está para terminar.

Hoy le ha tocado el turno a don Manuel Baquedano, General en jefe del ejército, que baja a la tumba llevando sobre su frente la resplandeciente aureola del más heroico y glorioso ejército de la América del Sur.

Pocos militares habrán podido encarnar en su persona mejor que el general Baquedano las virtudes del ejército de Chile.

Sus hábitos sencillos, sobrios, modestos hasta tal punto que parecía no darse cuenta del cúmulo de glorias que su persona representaba, no solo para el ejército, sino paró la nación entera, eran una expresión fiel de nuestras virtudes militares, alentadas por un patriotismo que llega a los extremos del heroísmo, tan sin ostentación, que después de recoger los más hermosos laureles en el campo de batalla, los disimula a los aplausos de la multitud, y hasta parece que quisiera hacerlos olvidar.

Tal fue el general Baquedano.

Su gloria jamás se hizo sentir al país.

Al día siguiente de las jornadas que habían asombrado a la América con sus triunfos, volvía a ser el austero militar sometido estrictamente a los rigores de la disciplina.

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Hubo un día en que los intereses de partido consiguieron hacer de las glorias del general Baquedano el emblema de sus más crudas luchas electorales: lo presentaron de candidato a la Presidencia de la República, y el general consintió en ello.

Pero no fue más que un día.

Al día siguiente Baquedano renunciaba esa candidatura, persuadido de que un nombre colmado de bendiciones por la nación entera, no debía de servir de enseña para ninguna clase de intereses de partido; y mucho menos para ser arrastrada por el lodo del campo en que empeñan su lucha las campañas electorales.

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Hizo muy bien, Baquedano Presidente de la República no habría sido jamás, superior, ni tal vez igual, a general en jefe del ejército que se cubrió de laureles inmortales en Los Ángeles, Tacna, Arica y Miraflores.

Más todavía. ¡Quién sabe hasta qué punto aquellos deslumbrantes laureles se habrían marchitado respirando en la Moneda la atmósfera emponzoñada de la política!

Tuvo el buen sentido de rechazar las tentaciones con que lo seducía la serpiente de aquel edén, del cual salen tantos desterrados por la opinión pública, como Adán salió del paraíso.

Merced a su buen sentido para resistir a la serpiente tentadora, han podido, hasta bajar a la tumba, conservarse intactas para la nación las glorias del general Baquedano.

Ningún mérito político habría podido aumentar su esplendor, mientras que el solo contacto con las luchas de partido lo habría empañado.

Nada había que hubiera podido elevar a mayor altura el nombre ilustre del general, que encarnó tan genuinamente todos los sacrificios de aquella legión de héroes a quien le debe Chile su actual engrandecimiento y un nombre prestigioso y respetado, no solo por haber hecho aquella magna campaña convertida en una no interrumpida cadena de triunfos, sino por haberla hecho con mi ejército que, aunque improvisado, tuvo siempre por consigna de su disciplina el honor militar, presidiendo todos sus actos, no solo en el vivac de la campaña, sino en los cuarteles de guarnición, en medio de las ciudades vencidas, donde el ejército chileno tenía que desempeñar funciones administrativas, en las cuales se corre el riesgo de que el vigor de la vida militar sienta algunos desfallecimientos bajo las influencias enervantes de pasatiempos, y distracciones a que da lugar la inacción del vencedor, condenado a hacer vida de funcionario administrativo, mientras se ajusta la paz con el vencido.

El ejemplo de integérrima honradez del general Baquedano, de su sobriedad, modestia, apego austero a la exactitud de los deberes militares, tuvieron la más benéfica influencia para mantener muy alta la moral del ejército que hizo la campaña del Pacífico.

Y ese, ejemplo fue más lejos todavía.

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Jamás se oyó hablar a Baquedano de recompensar por una guerra que colmaba a Chile de riquezas y de glorias; y jamás tampoco hablaron de esas recompensas los generales, coroneles, oficiales y soldados, la mayor parte de ellos sujetos a los padecimientos de la pobreza.

Hemos visto morir pobres y dejando a sus familias en la indigencia, a los generales Maturana, Lagos, Amunátegui, Sotomayor, Arriagada, Velázquez y hoy fallece el mismo Baquedano, general en jefe de aquel ejército que ha hecho delirar al país en alabanza de sus triunfos, disponiendo apenas de una modesta fortuna que no habría sido suficiente para sus nece-sidades si hubiera tenido una familia que las hubiese exigido.

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Una nación cuyo ejército cultiva estas grandes virtudes, tiene sin duda fondo sólido para darse una educación democrática que la eleve a la altura de las grandes y poderosas naciones.

Cuando se sirve a la patria; cuando se sacrifica el ciudadano por ella; cuando se lanza al campo de batalla jugando su vida sin más ambición que defender el honor nacional, la integridad territorial y conservar sin manchas las tradiciones gloriosas del nombre de Chile, puede estar segura una nación en que el vigor de sus hijos no solo ha de ser fuerza que la defienda y saque triunfante de agresiones extranjeras sino que ha de ser también virtudes cívicas para darle una magistratura laboriosa, sabia y honrada, y ciudadanos que en todos los ramos de la administración contribuyan a su engrandecimiento por medio del orden, la economía y la corrección irreprochable en todos sus procedimientos.

Todas estas virtudes encarnaba en su persona el general Baquedano.

No solo era el jefe valiente, pundonoroso y de noble generosidad para con el enemigo, del gran ejército de la inmortal campaña del Pacífico; no solo era la personificación del heroísmo de ese ejército, sino que lo era también de sus sacrificios, de sus padecimientos, de sus virtudes, y lo es también de su abnegación para sufrir las estrecheces de la pobreza, y de su modestia para no acordarse que llevaba su frente inclinada bajo el peso de los laureles de una campaña en que la victoria se vio siempre alcanzada de tiempo, para ceñir de coronas con ambas manos a nuestras armas en tierra y en el mar.

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Ilustre general, vencedor glorioso de tantos com¬bates, a quien los veteranos te formaron en Chorrillos y Miraflores el pabellón de la victoria con las banderas tomadas al enemigo, no es a la tumba donde acabas de bajar, sino que has subido a las deslumbradoras regiones de la inmortalidad. Coge allí un rayo de luz de la celestial morada, y envíalo a la tierra para levantar y alumbrar el arco de triunfo que la gratitud de la patria todavía no ha erigido al grande ejército de la guerra del Pacífico.

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Un hombre solo muere cuando se le olvida.

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